EN LA MIRADA ESTÁN

La-alimentacion-del-bebe

 

 

 

 

Los miro a los ojos, así, casi entornados como los tienen. Escucho su llanto a coro, idéntico a sí mismo, como si cada generación repitiese un ritual eterno desplegado a la voz primera del capitán o capitana (es indistinto) del grupo, siempre es un o una quien lo inicia. Recorro sus cuerpos percibiendo la presencia invisible de otros enmascarada en esa fragilidad de recién nacido. Escucho las voces llenas de ternura y emoción sensiblera de mis compañeras y nunca puedo evitar un estremecimiento. ¡No les creo!. No creo en sus almas inocentes, ni en su pureza. No creo que sean pobrecitos ni desamparados. Una y otra vez, a lo largo de estos casi veinticinco años que llevo trabajando como nurse cuando los veo partir en brazos de sus padres, ruego para que puedan desprenderse de sí mismos, de ese ser que llegó enmascarándose en un cuerpo falso, para lograr ser la criatura que se espera..

Con nadie puedo compartir mis certezas, me tacharían de delirante y quizás me quitarían el puesto. No puedo, mi tarea es vigilarlos, verificar que el daño suceda al nacer, por eso soy quien más insiste en que los bebes permanezcan con sus madres y de ellas se alimenten construyendo el vínculo que comenzará a roerles la conciencia sumergiéndolos en el sueño humano de la amorosidad.

El experimento fracasó, no entiendo por qué insisten, el espíritu celeste vestido de materia terrestre, duerme el sueño de la tierra, salvo, claro, esas terribles excepciones. Ilusiones de conquista, soberbia de lejanías. No, definitivamente no. Aquí en la tierra el anhelo se desvanece entre caricias o dolores, la sabiduría se disuelve, los recuerdos se convierten en fantasías y apenas hablar, los recién llegados llenan las palabras de vivencias cotidianas, de experiencias de otros, de ideas ajenas, hasta no saber ya que significan. ¿Acaso no es mejor así?. ¿De qué serviría que recuerden lo anterior?. Podrán acusarme cuento quieran, yo insisto, mi tarea es valiosa, les regalo la oportunidad de comenzar de nuevo.

Nunca tuve problemas. Nunca hasta hoy en que entre los nueve que nacieron, nació este niño cuya mirada es, si se puede, más inquisitiva que la de ninguno. Hay algo en él que me perturba. Debo tomar medidas de inmediato. La madre pide que se lo dejen junto al pecho, mi jefa se resiste, convenzo al médico y logro finalmente mi objetivo, ¡tendrá que mamar si no quiere morir!.

Me mira con resentimiento. Él sabe quien soy. Le sonrío. Su furia es impotente frente a mis fuerzas. Duérmete mi niño, duérmete mi amor, le canturreo bajito, con dulzura. Con la dulzura propia de las intenciones premeditadas, calculadas, personales. La abuela me da una propina agradecida, pobre, ignora mis fines y por suerte, aún más ignora la verdadera naturaleza de su nieto.

No todos los bebes son iguales, por cierto, de los veinte que tengo hoy, solo nueve están bajo mi responsabilidad. Nueve son diferentes. Vienen con intención, sabiendo, recordando... No deben hacerlo. No debo dejarlos. Los separo.

Miro al bebé que con furia me observa, nos entendemos sin estar de acuerdo. Él cree que podrá resistir, sé que no, su familia le ama y él está hambriento de ese amor.

Por las dudas les recomiendo al doctor Hipno, soy su secretaria, podré seguir el caso.

Ya está. El pequeño ha dicho su primer palabra: “mamá”, y al decirla todo lo ha olvidado. Lo sé. Lo veo en sus ojos, ahora abiertos, curiosos, confusos. Sabe que ha olvidado algo importante, pero por suerte, por suerte, ya es completamente humano. Las emociones: ¡Esa es la gran trampa de la tierra!.

Se los dije. Cien, mil, millones de veces se lo dije, no me creen... No importa, yo lo sé y mientras viva en este cuerpo ajeno y logre no olvidar, seguiré luchando para que los nuevos que llegan duerman el sueño de la vida.

© Ana Cuevas Unamuno- 2005

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