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Mostrando entradas de mayo, 2011

Cuento popular: La mujer que no comía

Esto era una vez un matrimonio. El marido era labrador y se llamaba Juan, y su mujer se llamaba María. La mujer le ponía muy poca comida al marido cuando iba al campo y siempre le decía: - Los que son muy comedores están malos siempre y se mueren pronto. Mira la tía Pascuala, que estaba tan gorda y lucída y siempre comía trozos de magra [jamón]; ya ves, cayó con la itericia. Mira el tío Simón, tan colorao; pilló un paralís [apoplejía]; y no te digo nada del tío Zorro, que murió de la hartadura de una alifara [merienda que celebran reunidos varios comensales, hombres o mozos]. El marido se callaba y estaba más seco que un espárrago, de no comer. Cuando por la noche volvía a cenar, la mujer le ponía un cachico de pan y unas olivicas [aceitunas] y le decía: - Cena tú, que lo necesitas porque trabajas mucho; yo con la merienda ya estoy aviada [satisfecha]. Vetaquí [He aquí] que un día, na más salir el Juan del pueblo, echó a llover, y el Juan se metió en un pajar con su mula. Y vio salir

Emilia Pardo Bazán -El amor asesinado

Un cuento de amor Nunca podrá decirse que la infeliz Eva omitió ningún medio lícito de zafarse de aquel tunantuelo de Amor, que la perseguía sin dejarle punto de reposo. Empezó poniendo tierra en medio, viajando para romper el hechizo que sujeta al alma a los lugares donde por primera vez se nos aparece el Amor. Precaución inútil, tiempo perdido; pues el pícaro rapaz se subió a la zaga del coche, se agazapó bajo los asientos del tren, más adelante se deslizó en el saquillo de mano, y por último en los bolsillos de la viajera. En cada punto donde Eva se detenía, sacaba el Amor su cabecita maliciosa y le decía con sonrisa picaresca y confidencial: «No me separo de ti. Vamos juntos.» Entonces Eva, que no se dormía, mandó construir altísima torre bien resguardada con cubos, bastiones, fosos y contrafosos, defendida por guardias veteranos, y con rastrillos y macizas puertas chapeadas y claveteadas de hierro, cerradas día y noche. Pero al abrir la ventana, un anochecer que se asomó agobiada

Mahatma Gandhi: Recuerda

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Recuerda... Que siempre existen tres enfoques en cada historia: mi verdad, tu verdad y la Verdad. Que toma mucho tiempo llegar a ser la persona que deseas ser. Que es mas fácil reaccionar que pensar. Que podemos hacer mucho más cosas de las que creemos poder hacer. Que no importan nuestras circunstancias, lo importante es cómo interpretamos nuestras circunstancias. Que no podemos forzar a una persona a amarnos, únicamente podemos ser alguien que ama. El resto depende de los demás. Que requiere años desarrollar la confianza y un segundo destruirla. Que dos personas pueden observar la misma cosa, y ver algo totalmente diferente. Que las personas honestas tienen mas éxito al paso del tiempo. Que podemos escribir o hablar de nuestros sentimientos, para aliviar mucho dolor. Que no importa qué tan lejos he estado de DIOS, siempre me vuelve a recibir. Que todos somos responsables de nuestros actos. Que existen personas que me quieren mucho, pero no saben expresarlo. Que puedo hacer todo o n

Los mirones

Un cuento de Ramón Rubín (México) Donde empieza el morbo termina el pudor. Me hallaba muy fatigado. Y la expectación con que aquella familia nos venía observando no me inmutó hasta que sobrevino el momento de desnudarnos. Llevábamos tres días con sus respectivas noches durmiendo mal y comiendo peor, escalando cerros y descendiendo a barrancones, arañados por las crueles espinas del breñal, con los pies hundidos en esteros pantanosos, almácigo de zancudos y todo género de cínifes, o sobre pedregales inhóspitos o calveros de arena materialmente tatemados por la reverberación de un sol canicular. Y, medio muertos de cansancio, sed, insolación e inopia, sin otra cosecha que un miserable sartal de huilotas y la piel desprendida de un tigrillo, acabábamos de arribar a un meandro de ese arroyuelo de la selva tórrida donde, bajo el amparo de la sombra de unas ceibas, se formaba un plácido y transparente remanso. Después de beber en él echados de barriga, nos despojamos de la impedimenta y n

Nunkui, creadora de las plantas.

(Leyenda Shuar - Ecuador) Hace largos años, cuando los shuaras recién empezaban a poblar las tierras orientales del Ecuador, la selva no existía. En su lugar se extendía una llanura manchada solamente por escasas hierbas. Una de éstas era el unkuch , el único alimento de los shuaras.     Gracias al unkuch, los shuaras pudieron soportar durante mucho tiempo la aridez de la arena y el calor sofocante del sol ecuatorial. Lamentablemente, un día, la hierba se esfumó y los shuaras comenzaron a desaparecer lentamente.     Algunos, recordando otras desgracias, echaron la culpa a Iwia y a Iwianchi, seres diabólicos que desnudaban la tierra comiéndose todo cuanto existía; pero otros continuaron sus esfuerzos por encontrar el ansiado alimento. Entre estos había una mujer: Nuse. Ella, venciendo sus temores, buscó el unkuch entre los sitios más ocultos y tenebrosos, pero todo fue inútil. Sin desanimarse, volvió donde sus hijos y, contagiándoles con su valor, reinició con ellos la búsqueda.   

LEYENDA: LA VARA MILAGROSA

Una leyenda de Cantabria contada como se cuenta…   Una vez iba una moza por un caminu allá. Al llegar a una cotera oyó una voz que se quejaba con mucha tristeza. Miró por toas partes y no vio a ninguna persona. La voz no dejaba de quejarse con mucha tristeza. Golvió a mirar y no apaecía nadie. Cuando iba a seguir el caminu se fijó en que la voz salía debajo de una lastra... Llamó en la lastra con una piedra, como si juera una puerta, y la voz, barrutando que era algún caminante compasivu, habló más juerte y dijo a la moza que era un muchachu que le había cogíu un ojáncanu y le tenía en la su cueva. La moza torció el su caminu, compadecía del muchachu, y se lo jue a contar to a una hechicera que vivía en una choza al lau de una ermita. Cuando la moza llegó a la choza de la hechicera, que se llamaba Pelegrina, estaba hilando en una rueca de oru que al mismo tiempo cantaba como un jilgueru. En la choza había unos platos con una flores pintás del color de las estrellas; había unas jarras

LA CONFERENCIA

Un cuento de Juan José Saer El conferenciante entró jovial. Era en uno de los salones de la Real Academia de Ciencias de Bruselas y, si mis recuerdos no me engañan, iba a tratar el problema de los métodos de verificación de una suma: el conferenciante descartaba a priori la verificación estadística (por x número de personas) y la convicción subjetiva y de buena fe sobre el resultado. Pero tal vez se trataba más bien de lo contrario. Se sentó, desplegó sobre la mesa las hojas de una carpeta y, antes de comenzar a desarrollar su tema, contempló durante unos segundos la jarra transparente, sonrió como para sí mismo, y dijo: Yo acostumbro a dormir la siesta antes de dictar una conferencia, para tranquilizarme, porque la obligación de hablar en público me pone siempre muy nervioso. Así que hace una hora tuve un sueño. Tres personas diferentes fotografiaban rinocerontes. Eran tres imágenes sucesivas, pero el método que empleaban para sacar la fotografía era el mismo: se internaban en el rí

LA LEYENDA PAMPEANA DE LA PIEDRA DE TANDIL

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Este notable fenómeno de la naturaleza causó el asombro de cuantos le conocieron. La famosa piedra se encontraba sobre el lomo de una sierra del sistema del Tandil, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Estaba situada en lo alto, al borde de un precipicio, unida a la roca por un punto de su base, sobre el cual se apoyaba inclinada hacia el vacío. Esta mole de granito tenía lo forma de una campana y media aproximadamente cinco metros de diámetro y cuatro de altura. Lo más notable de ella era que se balanceaba continuamente, oscilando a razón de sesenta veces por minuto. Ni los más violentos huracanes, ni los rayos ni nada pudo desprender la roca de su lugar, donde se mantenía con increíble equilibrio, ante la admiración de gran cantidad de personas que iban al lugar para verla. Un día, el 29 de febrero de 1912, sin ninguna causa visible, en las últimas horas de una tarde muy serena, la piedra rodó por la ladera sin que hasta la fecha haya podido explicarse la razón de l

Cuento: Absalón

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Un cuento de Tununa Mercado Sus cabellos dorados emitían destellos al sol. Ni cabellos, ni destellos y menos dorados. Sería simplificar el esplendor, que no encontraba depósito en palabra alguna. Sus rizos caían sobre sus hombros y se abrían hacia la espalda en cascada y él con sus manos los abría con los dedos como buscando airearlos. Se inclinaba y su hombro los llevaba hacia atrás y cuando sacudía su cabeza volvían a su lugar lentamente, como río a su cauce. Era hijo de rey y se decía que su cabeza había nacido para la corona, que siendo de oro su cabellera y el oro el metal más regio, ninguna otra como la suya podría portarla. No había peine para esa mata. Desde la raya en el centro hasta las puntas que caían a ambos lados de la cabeza, el trayecto era un camino de martirio y los dientes se detenían en trabazones rebeldes como nudos borromeos múltiples, amarrados acaso para siempre. Los sobaban con aceite para ablandar la maraña formada en su interior, pero ésta permanecía en su

La escritura de Dios (El Aleph)

Un cuento de Jorge Luis Borges       La cárcel es profunda y de piedra; su forma, la de un hemisferio casi perfecto, si bien el piso (que también es de piedra) es algo menor que un círculo máximo, hecho que agrava de algún modo los sentimientos de opresión y de vastedad. Un muro medianero la corta; éste, aunque altísimo, no toca la parte superior de la bóveda; de un lado estoy yo, Tzinacán, mago de la pirámide de Qaholom, que Pedro de Alvarado incendió; del otro hay un jaguar, que mide con secretos pasos iguales el tiempo y el espacio del cautiverio. A ras del suelo, una larga ventana con barrotes corta el muro central. En la hora sin sombra se abre una trampa en lo alto,, y un carcelero que han ido borrando los años maniobra una roldana de hierro, y nos baja en la punta de un cordel, cántaros con agua y trozos de carne. La luz entra en la bóveda; en ese instante puedo ver al jaguar.      He perdido la cifra de los años que yazgo en la tiniebla; yo, que alguna vez era joven y podía